20-N, ¿será posible?

21 Nov

Algunas preguntas: ¿será posible que el partido ganador y el próximo presidente puedan concentrar todos sus esfuerzos en el deseo, así expresado, de servir al bien común sin el peaje del sectarismo más ramplón y que se observa en este país a izquierda y derecha? ¿Será posible que, por una vez, ganadores y derrotados marquen distancia de quienes viven perpetuamente instalados en la política de vuelo raso, también denominada democracia del taxista? ¿Será posible que nos evitemos un gobierno, como este último, entregado a la improvisación y a la incompetencia, capaz de pasar de la noche a la mañana de dar sin conocimiento (estábamos en la Champions League de la economía, 400 euros para todos, cheques-bebé y doblo la apuesta) a quitar sin justicia? ¿Será posible que no vuelva esa oposición tosca, como esta última, a lomos de conspiraciones internacionales detrás de atentados como el del 11-M y con acusaciones hacia el presidente del Gobierno de pactos secretos con terroristas de todo pelaje? 

Punto y aparte.

Tras el 20-N, Rajoy es el vencedor y su partido, en el que hasta hace no mucho eran mayoría los sectores (desde dentro y en la periferia) que cuestionaban su capacidad de liderazgo, disfrutará de un poder sin precedentes consecuencia de una crisis también sin precedentes. El reto es mayúsculo. Rajoy tiene que demostrar que no es advenedizo y afrontar las reformas que España necesita imperiosamente y que son de tanto calado que casi se podría hablar de una reconversión institucional. No podemos permitirnos el lujo de 17 de todo.

No debería acomodarse en la poltrona a resguardo de las mayorías parlamentarias y del poder omnímodo en el conjunto del país: es urgente que acierte en el modelo productivo, desechando aventuras como la que emprendió el PP de Aznar cuando liberalizó el suelo y propició el boom inmobiliario que ahora (como ha reconocido Rajoy) nos trae de cabeza; debería facilitar, por contra, la creación de empresas que tengan un fuerte componente innovador, capaces de competir en un mundo cada vez más competitivo; por eso sería suicida olvidarse de la importancia vital de la educación, descuidar el sector público (la sanidad, las infraestructuras) desde el que se cohesiona un país. Ojalá nos equivoquemos quienes pensamos que países como España no pueden confiar su futuro exclusivamente a base del recorte del gasto, a riesgo de que, como parece querer el directorio franco-alemán, el ajuste nos deje una bonita cintura pero un cuerpo atrofiado y deslucido a perpetuidad.

Tienen mucha razón quienes se enfurecen cuando se dice alegremente que el PSOE ha perdido de 2008 a este tiempo cuatro millones de votos. ¿Ha perdido? Los votos nunca son de los partidos, sino de cada ciudadano, a pesar de que un análisis rápido de los resultados totales revelan un dato a tener en cuenta. La victoria del PP es más bien una gran derrota del PSOE, que ha perdido 4.315.455 votos. Un auténtico desplome, una debacle para sus intereses. Pero no ha habido trasvase masivo hacia el partido vencedor, el PP no ha ganado votos significativamente a costa de los desencantados con Zapatero (tenía 10.278.010 y ahora 10.830.693).

El dato es interesante proyectarlo sobre un ranking de partidos, según el aumento de votos. UPyD es el que más ha ganado (+834.163), y le siguen IU (+710.864), PP (+552.683), Amaiur (+333.517,) CiU (+ 234.838) y EQUO (+215.776). Las Cortes resultantes incorporan a más formaciones frente a la hegemonía del partido de centro-derecha. En una hipotética traslación por bloques ideológicos sería: PP, 10.830.693 votos (186 escaños); PSOE+IU+UPyD+Compromís-Q+EQUO, 10.135.858 votos (127 escaños); partidos nacionalistas, 4.350.544 (36 escaños); abstención+nulo+blanco: 10.361.756.

A tenor de esto, y como pregunta final, ¿sería pertinente plantearse una reforma de la ley electoral? Si así fuera, los más interesados, IU y UPyD, deberían aplicarse el cuento y elevar a las Cortes una propuesta consensuada por los partidos minoritarios. La realidad no cambia si toda la energía se consume en el lamento.

Ha muerto Javier Pradera, uno de los pilares de la prensa española. Se le atribuye el histórico editorial, redactado en la urgencia de los acontecimientos, de aquel no tan lejano 23 de febrero. Si lo he entendido bien (es la cautela debida a la extravagancia en alguno de sus planteamientos), el de Arcadi Espada es el mejor obituario posible. Una línea en su blog en El Mundo: «Muere Pradera y ya toda la opinión es tertulia».

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