Nuevo año

20 Ene

[Publicado en La RADIO de papel, enero]

No perder la curiosidad: perder la curiosidad sería como perder la esperanza. Creo que esto ya lo he dicho otras veces. Tener tiempo para, supuestamente, perderlo. Sentarme en casa en mi sillón preferido y seguir disfrutando de una buena serie, como Breaking Bad o como Homeland, y del cine y de la literatura. También de la prensa, ay. Escuchar música con tanta atención que la misma pieza, el Blue in Green o las Variaciones de Goldberg, me revele cada vez un matiz distinto, inadvertido. Sensaciones placenteras como cuando vuelvo de correr o de caminar a paso ligero, cansado pero a la vez reconfortado por la liberación de endorfinas. Una cena que comienza descorchando una botella de vino que no tiene que ser más cara para que a mí, en buena compañía, me guste más. Mi reino –como se suele decir con cursilería publicitaria– por sentarme de cuando en cuando en un café con amplios ventanales que den a la calle y poder escribir en el portátil; escribir o chatear con ese familiar que un día anda en Estambul y otro en Londres. Salir del café y dar un largo paseo sin dirección exacta, a veces con la cámara de fotos, oyendo por segundos las conversaciones de otras personas que se cruzan conmigo. El café reposado de cada mañana mientras escucho las noticias sin malgastar tiempo ni energía en hacer excesivo caso a las fantasmagorías de los grandes prohombres y mujeres de la nación; pasando e incluso, modestamente, combatiendo los discurso de los envenenadores profesionales que se disfrazan de políticos, de tertulianos e incluso de gerifaltes del sistema financiero que nos gobierna y acogota. Continuar con las clases particulares de inglés, a ver si deja de ser tan aproximativo como inexacto. Espero que la falta de dinero no llegue a ser la máxima o incluso la única preocupación. Que el empobrecimiento general y paulatino que estamos padeciendo en una crisis de la que unos pocos van a salir todavía más asquerosamente ricos llegue a su fin y que al menos no se deterioren todavía más la sanidad, la educación, la investigación. Deteriorar esto no es otra cosa que maximizar las consecuencias de la crisis. Espero que no perdamos el sentido de la justicia social. No seamos tan ruines de dejar a su suerte al desfavorecido, al desahuciado, al dependiente, y además ver que esto ocurre ante nuestras narices un minuto después de permitir que esas ciénagas con consejos de administración siguen recibiendo ingentes cantidades de dinero, de dinero público, proveniente del Estado que dicen que no tiene dinero para todo, que es insostenible socialmente. Basta ya, caraduras, de hambre o de frío no, pero muchos se deberían morir de pura vergüenza. Ojalá no tengan que cerrar más empresas, asfixiadas por la falta de crédito y de liquidez de sus clientes; empresas que a poco que te detengas a mirar descubres que tienen un rostro conocido y que son el sostén de la economía real, la alejada de la bacanal de los mercados financieros y de los especuladores insaciables. Ojalá también que las empresas de nueva creación acierten y se consoliden, a pesar de las muchas promesas incumplidas sobre las ayudas a los emprendedores.

Muchas veces se nos olvida hasta qué punto somos vulnerables, cuánto nos afecta el bienestar de quienes queremos. Salud primero y después trabajo, siempre se dice, pero al menos yo no he conocido otra época en la que más se necesite de esta combinación.

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