Acentos

Este fin de semana, ante la inminente noticia del rescate de la banca española, volví a buscar y leer un artículo que me pareció revelador sobre la situación por la que atraviesa España. Se titula «No queremos volver a la España de los 50» y me parece  excelente por su argumento de fondo: Ortega y Gasset sigue teniendo razón, España es el problema y la solución, de haberla, tiene que ser de Europa. 

Otra hora decisiva

Resulta curioso que este primero de noviembre, mientras debatíamos aquí otra vez sobre cuánto mal hace Halloween a la españolidad del Día de Todos los Santos, el primer ministro griego diera cuerpo a cualquier terror disfrazado de muerto viviente. Anunció que someterá a referéndum el segundo plan de rescate de Grecia de la Unión Europea (por llamarlo de alguna forma; también se podría llamar la nueva imposición de recortes salvajes), al entender que era la única forma de aliviar la presión de sus socios europeos y la presión interna, contando aquí a la práctica totalidad de los griegos, incluyendo a la oposición y a un sector creciente de su propio partido. 

Caraduras contra tontos

Los dos principales actores de la política española (al menos hasta ahora; veremos qué pasa mañana) coinciden en que el porvenir debe resolver la siguiente ecuación: trabajar más y ganar menos. Pero resulta que es tal el abismo que dista entre usted y yo a este lado y, del otro, la clase política, que uno y otro actor pueden reclamarnos menos aprehensión hacia el dinero y, a continuación, no disimular lo más mínimo a la hora de evitar cualquier enmienda en sus sueldos o en sus viajes. El último ejemplo es el de nuestros eurodiputados.

Gordon Brown/Mariano Rajoy

¿Cómo de grave es la emergencia nacional?

Las elecciones en Reino Unido han deparado un resultado incierto (aquí una excelente crónica) puesto que sabido es que, más allá del recuento de los votos, las elecciones las gana el partido que puede gobernar. El Partido Conservador de David Cameron ganó, pero sin la mayoría absoluta pretendida por el sistema electoral de aquel país, tanto es así que el Partido Liberal-Demócrata de Nick Clegg antepone el apoyo de sus cincuenta diputados a una reforma profunda del sistema electoral. Por su parte, el Partido Laborista heredero de Tony Blair, con el actual primer ministro al frente, Gordon Brown, intenta hacer valer su dulce derrota pactando con Clegg y con otras formaciones nacionalistas.

En un último intento de propiciar el acuerdo, Gordon Brown ha presentado su renuncia como líder laborista para allanar la negociación con los liberales-demócratas. Es decir: me sacrifico yo, el líder, y pongo el marcador de la negociación a cero con tal de frenar la previsible vuelta al poder del partido que entronizara en el poder la primera ministra Margaret Thatcher. Un último intento, el de Brown, de hacer ver que antepone los intereses del país a los suyos, si bien es cierto que este político se parecía mucho a lo que en EEUU se conoce como un «pato cojo» (lame ducks, presidentes que no pueden ser reelegidos).

Al margen del resultado, el mensaje a los británicos es el siguiente: antepongo los intereses del país en un momento de grave crisis económica y puede que institucional en Reino Unido.

Una crisis, ¿más o menos grave que la que se vive en España?

En directo, desde Lora del Río

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