Plácido

18 Dic

[Publicado en La RADIO de papel, diciembre]

Cuando el año termina a veces reconforta hacer balance. Debería ser el momento de recordar la única verdad incuestionable, diría que casi la única enseñanza imperecedera: vida no hay más que una y hay que aprender a disfrutarla.  En este país se han hecho muchas cosas bien y algunas cosas muy mal. Pero lo segundo no niega lo primero. Quizás una de las grandes confusiones de estos años atrás fue sobredimensionar qué nos hacía falta a cada uno para ser felices. No quiero recurrir a frases hechas (vivimos por encima de nuestras posibilidades y cosas así), entre otras cosas porque creo que uno de nuestros problemas es encarar la realidad a partir de frases para mármol que, de tanto utilizarlas, no dicen nada; impidiendo cualquier posibilidad de prosperar sin el vuelo raso de la clase política, algunos empresarios de postín o de tertulianos profesionales, de esos que declaman sin bajarse jamás del púlpito. Aparte de opinar con más o menos acierto, ahora es el momento de concentrarnos en hacer bien nuestro trabajo, o en encontrarlo o incluso crearlo por iniciativa propia. Las buenas obras no se levantan sobre una montaña de palabrería sino a partir de la suma de muchas acciones individuales, que se tornan en hazañas colectivas. Hazañas colectivas que parten de iniciativas primerizas como las de esas familias que salen adelante tirando de la exigua pensión de los abuelos o como la solidaridad que florece, a pesar de todas las estrecheces, para acordarse de los más necesitados, como hace Cáritas o como hacen las diferentes hermandades de Lora. Justo cuando redacto estas líneas (¿palabrería al fin y al cabo?) me entero de que en Lora se ha impulsado una Red Solidaria Local, de la que sé poco más que una breve reseña en una nota de prensa pero a la que, lógicamente, le deseo mucho acierto en su objetivo de “vincular a las personas que estén interesadas en desarrollar de forma voluntaria acciones que permitan mejorar el bienestar social de las familias loreñas con mayores problemáticas socioeconómicas”.

Tuve la suerte de trabajar con una de las personas más entregadas con la causa de la justicia social que conozco, Valentín Vilanova García, quien cada poco tiempo nos decía que las diferentes ONG, instituciones o redes de voluntarios deben trabajar con la conciencia de que su desempeño debe ser finito, al menos en la consecución de unos objetivos, para no integrarse sin querer en un sistema que perpetúa, cuando no incrementa, la injusticia. Pese a su tragicomedia, no hay nada que añore en la España que retrataron magistralmente Luis García Berlanga y Rafael Azcona en Plácido, una de las mejores películas de todos los tiempos. Siempre me sobrecoge ese villancico final que, en palabras de Berlanga, subraya “la crítica a la caridad administrada y obligatoria” que se asienta en la negación de cualquier alternativa que no pase por “minimizar al pobre y magnificar al pudiente”. Sí hay alternativa.

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